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La Gran
Bestia Pop

Un avistaje alrededor de algunos temas en Ultima Thule, el flamante álbum de Daniel Melero, donde explora géneros no tan usuales en su paleta musical –como el trip hop, el post rock o el IDM– y en el que reescribe su vínculo con la música electrónica experimental.

por Gustavo Álvarez Núñez

En una época, cada aparición de Daniel Melero en un disco hacía que nos encontrásemos con descripciones tales como: “Daniel Melero: espiral de la muerte - emulaciones vocales tratadas - muestra de arco sintetizada”; “Daniel Melero: guitarras simuladas - sintetizador bajo - Hendrix bajo eventual - artefactos por transposición - sintetizador - voz”. Si para el poeta cubano José Lezama Lima “solo lo difícil es estimulante”, Melero parecía abordar ese paradigma pero con el halo de lo enigmático. Spinetta + Eno: Melero.

En el cierre del booklet de Operación escuchar (1995, Sonoridades Amapola), un disco hecho a base de un solo sonido de sintetizador, Melero admitía que el hecho de molestar es uno de los fundamentos de la cultura rock: “Fueron muchos días viajando en estas amplitudes y frecuencias completamente sumergido en la materia de la música y en la molestia que siempre creí esencial en el rock, justo cuando me sentía más

lejos de las convenciones musicales y rockeras. Perdido en el interior del punto de partida. Y sin ansias de regresar”.

Aquí y ahora, Melero regresa al mundo de la edición con Ultima Thule, un álbum que refuerza ese cariz de inclasificable y aventurado que ha convertido a su figura en la piedra en el zapato del rock argentino. ¿Por qué? Como un asteroide surcando el futuro, Melero se ha acoplado al lozano sello Fuxia para dar a conocer a Qualia, su nuevo proyecto.

 

Una de las particularidades es que a este primer disco de otros tres lanzamientos se accederá vía la plataforma Qurable y será lanzado en una serie de tokens no fungibles o NFTs. Otra de las singularidades: los fans de Melero participarán activamente y podrán colaborar con él utilizando tecnología de contratos inteligentes sobre la red Ethereum.

Aquí y ahora, Melero regresa al mundo de la edición con Ultima Thule, un álbum que refuerza ese cariz de inclasificable y aventurado que ha convertido a su figura en la piedra en el zapato del rock argentino.

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Además, “cada etapa del lanzamiento habilitará al poseedor de un token de contar con beneficios adicionales, como el acceso temprano a temas en versión digital, pistas para realizar remixes, y en las etapas finales, la posibilidad de hacerse acreedor a un disco de vinilo (edición limitada), que incluso puede ser autografiado por el artista si el poseedor del token llega a la serie final”, nos comunica la gacetilla de prensa.

 

¿A qué hace mención Qualia? A un concepto filosófico ninguneado por la academia. Este no encajar atraviesa los ocho tracks de este fulminante trabajo. Melero se dispone a reordenar su archivo y bucear en los remanentes hasta hacerlos brillar. Es decir, esos trazos inconexos encuentran en Ultima Thule su lugar. Como los apátridas, como los refugiados de un mundo que se cae a pedazos, donde las viejas estructuras chirrían y en el que los advenedizos sangran por la herida su irrefrenable deseo de ambición y truculencia, Melero desaprende viejas costumbres para instaurar otras, más vitales, menos aprisionadas. Pinceladas de un garabatear infinito y potable.

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La apertura con “Parábola de los ciegos” nos introduce en un oasis de contemplación y errancia. El beat tiene algo de “Expreso Moreno”, ese tren que surca horizontes maltrechos y una ciudad que se agrieta en el disco Tecno (2000). Pero donde antes había Kraftwerk, acá hay Fripp & Eno, con unas líneas de guitarra amortajada y sulfurosa (al mando de Guillermo Rodríguez; factótum de Avto, proyecto de canciones muy interesantes). Nos subimos a un vagón amplio y onírico, nos vamos poniendo espesos, nos vamos curtiendo la piel.

 

El segundo track le da título al disco. Y afronta el desafío de sumergirnos en los estertores de la turbina de un avión. Coletazos de aire, espasmos, golpes que vienen del más allá. No hay beat, solo espacio. Esclusas de un universo que se reinventa, que atisba su devenir en circunstancias adversas. Hay cierta resonancia de ese proyecto experimental que comandó Flavio Etcheto (1965-2022) a mediados de los años 80, La Algodonera, y que Melero editó bajo su sello Catálogo Incierto en 1988. Partículas y filigranas, zumbidos y zombis siderales.

 

“Oxígeno líquido” incursiona en el aislacionismo, entrelazando marabuntas exiguas de aire y tensión. Como si el desierto se reprodujese en el éter y nos sumiera en instancias de desforestación emocional; percudiendo todo principio de reposo, de calma. A su vez, otra muestra más de cómo Melero fue incorporando su fetichismo científico en cada una de sus producciones. El oxígeno líquido o “dioxígeno líquido se obtiene del dioxígeno natural que se encuentra en el aire mediante destilación fraccionada compuesta. El dioxígeno líquido tiene una relación de compresión de 843:9, y por esto actualmente se usa en aviones comerciales y militares”, afirma Wikipedia.

 

¿De dónde viene el título del primer lanzamiento de Qualia, Ultima Thule (sí, sin acento en la “u”)? El nombre se refiere a una mítica isla del norte en la cartografía de la literatura medieval que se levanta en los bordes del mundo; un objeto situado más allá de los límites de lo conocido. En verdad, se trata de dos cuerpos esféricos unidos entre sí por un cuello brillante: el pequeño (de 14 kilómetros de ancho) ha recibido el nombre de “Thule”, y el cuerpo mayor (19 kilómetros de ancho) se ha bautizado como “Ultima”.

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Tenemos que esperar hasta el cuarto track, “Flor de loto”, para escuchar la voz de Melero: “Sin creencia/ sin decepción/ sin explicación/ Flor de loto/ Sin distancia/ sin medida/ el limbo”. Una canción meleriana post Después (2004). El golpe en el costado del tambor, una guitarra acústica, unos sonidos evanescentes (muy Diego Tuñón). No mucho más. Y ese aura afiebrado y nocturno, pero también transparente y hasta luminoso. Otro modo más de logra hacer congeniar dos mundos distintos, algo que subyace en las búsquedas de Melero ad eternum. Estamos también ante el Melero decidor (casi un spoken word), el Goyeneche inasible.

El lado b del disco arranca con la introspectiva e instrumental “Okapi”, tal vez haciendo referencia al esquivo animal que cuenta con cabeza de jirafa, rayas de cebra, cuerpo de caballo y una lengua azul y tan larga que con ella puede limpiarse las orejas. El siguiente paso lo da “Tornasol”, con elementos del trip hop y guitarras que tejen una telaraña refulgente. Parece llevarnos hacia un sitio. Puede ser fantasmagórico. Puede ser dionisíaco. Algo que parpadea en un costado. Algo que busca detener una iluminación.

¿De dónde viene el título del primer lanzamiento de Qualia, Ultima Thule (sí, sin acento en la “u”)? El nombre se refiere a una mítica isla del norte en la cartografía de la literatura medieval que se levanta en los bordes del mundo; un objeto situado más allá de los límites de lo conocido.

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Sin embargo, muy pronto nos subimos al carrusel del inframundo que es “Iboga”, a medio camino entre toneladas de ruidismo a lo Pansonic y un acervo de ambient residual a lo Tetsu Inoue. Volviendo a las fuentes científicas, “se conoce como iboga a la corteza de la raíz de la Tabernanthe iboga, planta que crece en el África occidental y es utilizada tradicionalmente en ritos de paso y en ceremonias de sanación”.

 

El cierre del lado B queda en manos de “Eclosiones”, una sinfonía post rock. Son 12 minutos y 12 segundos en los que contamos por segunda y última vez con la voz de Melero (“En esta era de estilo automático”, desgrana) y en los que distintas variaciones de instrumentación y clima van urdiendo un paisaje marchito y desvanecido. Se acabó el tiempo. Se acabó lo que se daba. Unas frases de piano, voces arpegiadas y celestiales, brumas perennes, ramalazos de sintetizadores, una batería jazzera, insinuaciones de procastinación. Puro descoloque, puro desencaje. Como si Mark Hollis (Talk Talk) volviese a la vida por unos minutos.

 

“La guitarra una ametralladora y los sintetizadores una unidad misilística”, esa es la clave del último Melero, el que anda recorriendo el país junto al guitarrista Guillermo Rodríguez presentando este Ultima Thule, que cuenta con una obra sorprendente de la artista visual Mónica Moccia –pareja de Daniel– en la portada.

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Sabemos que no son tiempos para la curiosidad, la sorpresa, el enfrentarse a obras de arte difíciles o complejas. La dificultad no garpa. Los algoritmos nos hacen más vagos (de vaguedad) y efectistas. Un delivery de ansiedad protege nuestra insatisfacción. El Bartleby 3.0 prefiere el impacto breve y conciso antes que el sentido rizomático de la vida. ¿Cómo hacemos ante el hecho de tener infinitas elecciones e infinitas opciones? ¿Cómo hacemos frente al hecho de no profundizar en ninguna? Ultima Thule no tiene las respuestas, pero sí puede acompañarnos en la travesía hacia una reformulación de algunos paradigmas, de algunas certezas. En tanto, nos provee de destellos y una nostalgia activa.

 

Una vez, Jean Cocteau comentó sobre el pintor Giorgio de Chirico: “Toda obra maestra está hecha de confesiones ocultas, de cálculos, de extrañas adivinanzas”. Tal vez así debamos enfrentarnos a esta gran empresa que se permitió Melero. Habrá que seguir husmeando y husmeando hasta dar con su legado.

Fotos por Lobo Velar de Irigoyen | Estudio de grabación WOM

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